Wabi Sabi, la nueva serie de obras de la artista hondureña Adamarga, comprende rítmicas composiciones de formas orgánicas que fluyen en diseños radiales u horizontales. Estas imágenes están construidas mediante sonoros esquemas cromáticos, paletas dinámicas de complementarios y a veces de profundos claroscuros. Las hojas de varias plantas—laurel, café, plátano—son sus elementos iconográficos más recurrentes, y constituyen la bisagra entre los planos formal y conceptual de la serie.
Las telas de esta nueva serie nos seducen con su riqueza cromática para llevarnos a un fondo mucho más frugal, mucho más sencillo: la imperfección y transitoriedad del mundo que nos rodea, que podríamos empezar a inferir en un haiku de Matsuo Bashō:
Contra mi puerta
muertas hojas de té
que arrastra el viento.
La estética de este haiku, de imágenes sencillas pero llenas de sabiduría, nos acerca al espíritu que anima este nuevo trabajo de Adamarga: su iconografía viene del mundo inmediatamente a su alrededor, la vegetación que envuelve su vida cotidiana. Como en el haiku, los elementos de la naturaleza llegan a su puerta, y es el mismo mundo natural el que las trae.
Las hojas comportan un elemento iconográfico común, y su carácter perecedero nos recuerda, como lo hacían los vanitas en la Holanda del siglo XVII, de la transitoriedad de nuestra vida: nuestra propia existencia está sujeta a constantes cambios y, eventualmente, a la inevitable muerte. Las hojas de Adamarga nos invitan a reflexionar sobre la naturaleza efímera de nuestra existencia, a apreciar la belleza que hay en su imperfección, y a perder conciencia de nosotros mismos al habitar la armonía de sus colores.
Si la imperfección y la transitoriedad son aspectos de la estética japonesa que encierra el Wabi Sabi, también lo es la melancolía, que está implícita en los fragmentos de papel que Adamarga incorpora en su trabajo. Estos fragmentos muestran pasajes musicales, patrones geométricos y orgánicos, textos incompletos, nombres propios o comunes, recortes de noticias, boletos… todos rasgados con la mano para incrustarlos en el diseño, como quien busca enmendar una memoria inestable. Estos signos del tiempo añaden belleza al conjunto, y suman nostalgia a una paleta de otra manera alegre.
Con esta serie, el trabajo de Adamarga evoluciona hacia un plano de paradojas, donde la alegría del color se entrelaza con la nostalgia del pasado, la vida de las plantas evoca su inminente deterioro, y la expresión misma de la artista de desliza hacia el anhelo por la calma y el silencio.
~Gustavo Larach, PhD